La fe de los sencillos
El Domingo de Ramos es la fiesta de los sencillos, de quienes necesitan expresar sus sentimientos en manifestaciones populares, simples como su propia fe y su propio corazón.
Cuando el corazón no está manchado de falsos intereses se expresa en cosas simples, pero auténticas.
Cristo dijo: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”
La gente del pueblo rindió en este día su homenaje público a la divinidad de Jesús el Mesías, “el que viene en nombre del Señor”.
Tal vez no fue una fe muy ilustrada, pero era fe. Lo aceptaban y se entregaban a El.
Fue el pueblo sencillo el que abrió la semana santa, poniendo luz y calor en la figura de Jesús.
Serán luego los grandes quienes la oscurezcan en estos días.
Pero el pueblo ya ha dicho su palabra.
Volverá a callar el Viernes Santo, ya que su propia sencillez se dejará manipular por sus propios jefes espirituales.
Pero en su corazón seguirá creyendo en Jesús de Nazaret el “bendito de Dios”.
Domingo de Ramos es la confesión pública de la fe de un pueblo.
No basta creer en privado.
Hay que expresar también esa fe en la vida social, en la vida pública.
Suele existir una falta de coherencia:
entre pensamiento y vida,
entre lo privado y lo público,
entre nuestro ser y nuestro obrar.
Ramos es la reacción espontánea del pueblo y la rabia de los jefes al sentirse desbordados y no secundados por las masas.
A las masas se las pretende atar siempre a nuestros gustos y caprichos y egoísmos. Las gentes sencillas no siempre conectan con nuestras ideas abstractas.
Prefieren la sencillez y espontaneidad de un Mesías montado en un borrico.
Prefieren todo aquello que sabe a vida, que sabe a sinceridad.
Por eso es preciso ahondar nuestra fe, para no ser tan fácilmente manipulados por ideologías interesadas.
Necesitamos profundizar aquello que creemos,
conocerlo mejor,
saber dar razón de nuestra esperanza.
Es la primera vez que Jesús decide dejarse llevar del entusiasmo de la gente.
Es la primera vez que mezclado entre la gente, decide hacer su ingreso en Jerusalén provocando la ira y la rabia de los jefes.
No lo hace con signos de solemnidad sino con signos de pobreza.
No entra en carro blindado.
Tampoco en brioso caballo.
A El le basta un borrico.
¿Cómo comenzamos nosotros esta Semana Grande?
Es la Semana de Dios.
Pero también es la Semana del hombre.
En ella se revela Dios.
En ella se revela el corazón del hombre.
No la veamos como la semana de los demás.
Veámosla como “nuestra, mi” semana.
La de Jesús comenzó con cantos del pueblo-
Y terminó con el triunfo de la Resurrección.
Pero entre tanto, los hombres juzgando y condenando a Dios.
Clemente Sobrado C. P.
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